«Visiones de mar y nubes desde La Magdalena», artículo de Benito Madariaga, cronista oficial de Santander

Visiones de mar y nubes desde La Magdalena

Benito Madariaga de la Campa

(Cronista oficial de Santander)

(A la memoria del impresor santanderino Gonzalo Bedia Cano, modelo de hombre que amó los libros y difundió la cultura)

Para conocer bien un país o una ciudad es preciso recorrerlos a pie como ha hecho nuestro viajero de sandalias polvorientas. Llamarle turista no es lo adecuado. La ciudad la recorrió en poco tiempo como un peregrino, pero cuando le hablaron del Palacio de La Magdalena sintió un gran interés en llegar hasta este lugar.

Le acompaño y me pregunta que, si soy buen conversador, vaya a su vera en el viaje durante el camino. Santander, le digo que es la ciudad de los grises, del color intelectual. En ocasiones, cielo, mar y nubes tienen la misma tonalidad, pero es, además, la ciudad más agradecida al sol. Cuando éste la ilumina, sobre todo en verano, los habitantes sienten la necesidad de acercarse a las playas, que al viajero le recuerdan otros paisajes. Si nuestras aguas marinas fueran templadas, algunas playas, como la de Laredo de más de cinco kilómetros, sería las más visitada de Europa.

Es el Palacio, cuya torre descubre nuestro viajero a lo lejos,  el que le atrae muy de mañana, cuando no circulan coches que distraigan su atención y reina un penetrante silencio. Quiere verlo todo como si fuera el habitante primero que descubriera el largo paseo hasta la península de La Magdalena. ¿Por qué recibe este nombre? – me pregunta. Se debe- le respondo- a una ermita que antaño estuvo instalada para cristianizar, supongo, el nombre pagano de Hano, donde luego se instaló un semáforo y también un faro y una batería, que recibió el nombre de Santa Cruz, que defendió la entrada de la bahía en nuestra lucha contra los franceses. Pero no se apresure – le  añado- antes tenemos que andar la avenida que lleva el nombre de la Reina de este Palacio, inaugurada en 1914.

Como puede ver, a la derecha, el mar, en una de las vistas más apreciadas del camino, si bien un tanto enmascarado por un arbolado viejo y desigual que oculta el mar. Le llama la atención la barandilla y los bancos de piedra donde puede usted sentarse a contemplar el mar. Al llegar donde está situado el monumento dedicado al periodista José Estrañi, le señalo la figura escultórica, próxima, realizada por José Muriedas, dedicada al poeta Gerardo Diego, sentado en un banco, como si estuviera contemplando el mar.

En el margen de la izquierda se ven viviendas, a cuyos propietarios envidio por las vistas que tienen desde estos lugares. En una de ellas vivió el escritor del siglo XIX al XX, Benito Pérez Galdós, enamorado de Santander,  que eligió la ciudad como lugar de veraneo y se construyó una casa diseñada a su gusto que lleva, como le enseñé en un azulejo azul con letra gótica, el nombre de «San Quintín». Pero no intente visitarla ya que se vendió y modificó.

La avenida se interrumpe para dar entrada a la llamada península de La Magdalena. A su izquierda, verá una gran escultura de José Villalobos dedicada, si se acerca a leer su nombre, al marino poeta José del Río Sainz (Pick), compuesto con su atuendo marino de chaquetón y botas de agua.

No conozco el motivo por el que se quitó a la entrada una portalada de estilo montañés realizada por Javier González Riancho, que existió a la entrada de esta península regalada con el palacio por el pueblo de Santander al Rey Alfonso XIII. Supongo que fue retirada durante la República por llevar los distintivos monárquicos. El viajero interesado me pregunta si es Santander una ciudad muy monárquica. Le confirmo la sospecha cuando le respondo que fue lugar elegido por la Reina Isabel II y también por el Rey Amadeo de Saboya, nombre que dio Galdós a uno de sus Episodios, en el que recuerda a Santander con estas palabras: «En el estado de nuestro ánimo se nos representó como un paraíso la ciudad cantábrica, que en aquel tiempo bien podría llamarse la ciudad harinera, porque su hermoso puerto se veía poblado de buques de vela cargando harina, o descargando los ricos frutos coloniales”. Ese año de 1871 llegó por primera vez el citado novelista de veraneo a Santander, donde conoció a  su compañero, también escritor, José María de Pereda. A partir de esa fecha nació entre ellos una amistad inalterable y fraternal, pese a tener ideas diferentes políticas y religiosas.

Igualmente fueron visitantes ilustres de la ciudad,  Alfonso XII y XIII a causa del interés de éstos por la caza, y el último, además, por el  tenis, el golf, la equitación y el deporte de la vela que practicó en Santander.

La población fue siempre monárquica y el palacio de los Reyes Alfonso y Victoria Eugenia dejaron escrita durante su estancia una parte de su historia veraniega. Fue un afecto muy sentido y recíproco con el pueblo santanderino

La reina Victoria

A la reina Victoria, conocida familiarmente por Ena, este mar le recordaba desde la península de La Magdalena las visiones de mar y nubes de su niñez en la isla de Wight. Miguel de Unamuno la dedicó, con este motivo, un poema y estas  palabras: “También ella, Ena, soñaría desde este mirador maravilloso en su vaga e inocente niñez, en la isla de Wight, en el sosiego entre las brumas y las espumas del canal. Las olas, éstas que hacen cabrillas, vendrían a su pies- a los pies de sus miradas -como sirenas anglicanas, susurrándole en su lengua maternal -el inglés es un susurro marino – viejos cuentos bíblicos de su niñez solitaria”.

Santander fue para ella una ciudad muy querida y en sus paseos con sus hijos por la provincia visitó las cuevas prehistóricas de Altamira en Santillana del Mar y la de El Castillo, en Puente Viesgo. Con el Rey, aparte de acudir a los baños en la caseta Real, tenían un palco en el teatro del Casino de El Sardinero. Desde aquí presenciaron obras de teatro y escuchó emocionada la reina, por primera vez, a Raquel Meller en Santander cantar  “La Violetera”.

El citado novelista canario cuando habló con ella, en la visita que hizo al palacio santanderino en 1915, la retrató con estas palabras de admiración: “la Reina doña Victoria, cuya mano acababa yo de besar, comenzó a hablar con entusiasmo de la playa santanderina, del Palacio de La Magdalena, del horizonte, de la Montaña. Luego tuvo algunas frases para mi casa que ha visto por fuera, y que, según me dijo, le ha interesado siempre, por ser la vivienda de un viejo escritor. La impresión que la Reina me produjo fue gratísima. Nunca, nunca, en ninguna dama, he visto unidas del mismo modo la majestad y la llaneza”. Galdós quedó prendado de la Reina, de su simpatía y belleza. En aquella conversación, doña Victoria  le preguntó si  sabía hablar inglés, que sólo traducía, y el Rey se prestó a proporcionarle documentación de su archivo para  sus escritos, refiriéndose a los Episodios Nacionales.

Al curioso viajero le llama la atención que el pueblo de Santander regalara este palacio al rey Alfonso XIII. Se aprobó  por la corporación, incluida en la primera votación toda la oposición. La construcción del edificio supuso un gran esfuerzo económico realizado a través de una Comisión Ejecutiva que se encargó de las obras.  Hubo que elegir el lugar, realizar los distintos planos, de los que fue seleccionado el de los arquitectos Javier González  Riancho y Gonzalo Bringas Vega. El contratista fue Daniel Sierra.

Ya que usted me lo pregunta, le diré que el coste total de palacio fue de 1.150.000 pesetas, pero hay que contar también con los servicios higiénicos y baños, cuyo importe ascendió a 15.961,85 pesetas. El mobiliario y decoración fueron  de los estilos Heplewhite, Georgiam, Adam y otros.

El edificio mide 96 metros de largo por 50 de ancho en su mayor dimensión. Consta de sótanos, planta baja, planta principal y de buhardillas. Como curiosidad le diré que hubo que instalar una tubería para el agua de 2.556 metros desde el depósito de Arna hasta el palacio.  Muchas personas han olvidado que fue una contribución colectiva, de  multitud de personas y entidades, con  suscripciones desde 5 pesetas hasta mil o diez mil. Colaboraron industrias, bancos y sociedades, compañías, navieras, profesiones liberales, talleres y gremios obreros, etc. Uno de los suscriptores fue  Benito Pérez Galdós, vecino entonces de Santander,  pero también lo fueron otros artistas e intelectuales como Gerardo Alvear, Roberto Basáñez o el poeta Felipe Camino de la Rosa.  Dio también dinero la marquesa de Manzanedo con una aportación de cinco mil pesetas y otro tanto donó el duque de Medinaceli. El mejor y mayor contribuyente fue el Marqués de Valdecilla, ejemplo de filantropía como le definió Gregorio Marañón, por la fundación de la Casa de Salud que lleva su título, que aportó para la construcción del palacio veinte mil pesetas en una primera entrega y más tarde ciento diez mil.

El Rey visitó la marcha de las obras en octubre de 1910 y poco antes de serle entregadas las llaves de oro del palacio, el 7 de septiembre de 1912.

Después de esta larga charla, quiero mostrarle –le dije- el entorno paisajístico que se divisa  desde el palacio y diversos lugares de la península. Es un lujo para los sentidos.  En el abra con algunos barcos fondeados, el horizonte es una muestra de lejanía del mar Cantábrico que los árabes llamaron cuando lo descubrieron el “Mar Verde”, por la belleza que tomaba el color de sus aguas al nacimiento y puesta del sol. El horizonte nos da una sensación de inmensidad, de lo infinito, de lo que nunca abarcamos. Por eso al descubrir este mar, los árabes al llegar a sus orillas exclamaron admirados: “Dios es el más grande.  ¡Qué maravilla hizo Dios !”.

Desde la plazoleta delante de la entrada del palacio, se divisa al Este la Isla de Mouro, con su faro, que da paso a la entrada en la bahía,  una de las más hermosas antaño de España y a la que la ampliación de la ciudad ha ido  reduciéndola.

-¿ Ha visto usted -le pregunto-  el paisaje insólito que se divisa desde la torre del palacio? Le llevo a continuación a este lugar para que pueda contemplar la mar abierta, desde la fachada Norte donde está el pórtico para carruajes, actualmente entrada habitual, y en dirección contraria, mirando al mediodía, la bahía y los pueblos fronteros.

-La Magdalena –le añado-  es un lugar de singular belleza, con un ecosistema propio de gran interés geológico, con fósiles y una fauna y flora características. El bosquecillo de pinos traídos de El Pardo fue idea del rey que ordenó a  Juan Ceras,  jardinero de la  Real Casa de Campo, que cuidara la presentación de la zona del entorno. Para que no la falte nada tiene hasta una playa en su ladera combada, conocida por Bikini.

La Magdalena mantiene su belleza en cualquier época del año, tanto cuando la fachada del palacio es azotada por la ventisca del invierno, como cuando la primavera alegra y hace despertar la naturaleza íntima de este reducto. Hasta ella llega el  ruido del flujo y reflujo de la marea, porque el mar y la península son como dos amantes que se escuchan y se quieren. El poeta Pedro Salinas la definió como “casi isla, ruido de barcos, rumor de agua en torno, horizonte vasto marítimo”…

La neblina le da, a veces, un ambiente fantasmagórico, como si fuera un sudario, que el sol como buen pintor descubre, al resaltar con intensidad la roca y la vegetación. En La Magdalena, al conjunto señorial de sus edificios, se une el ambiente salvaje y a la vez pacífico de su contenido con árboles, desde donde el visitante puede leer un libro sentado en un banco y  admirar el mar de vez en cuando. Hay personas que van todos los días de mañana, con buen tiempo a contemplar el mar desde aquí como una obligación estética. Fuera de la península, hay otro Santander, no menos bello, si bien más ruidoso, camino del Sardinero.

Debido  a la construcción del palacio y su uso de verano, Santander atrajo a políticos y personas de la nobleza que influyeron en que Santander se convirtiera en un lugar con un gran atractivo turístico y cultural. Durante dieciocho años, los reyes gozaron de este palacio y del cariño de los santanderinos que le habían regalado a don Alfonso esta península.

¿A qué se debió  la marcha de los reyes? La causa fue la declaración de la II República que ocasionó la confiscación de sus bienes y la salida de la familia real. Sin embargo, el palacio estuvo retenido provisionalmente por ser propiedad particular del rey. En este lugar se instaló la Universidad Internacional de Verano. En unas  manifestaciones del rey, desde el exilio, declaró: “Estoy deseoso de regalar el palacio de Santander a esa ciudad, siempre que sirva para un fin social”. Y el  diario El Sol  continuaba así su información: “Hay un palacio que todos los síntomas hacen suponer  que pasará a manos del país, o, al menos, al de una ciudad: el palacio de La Magdalena en Santander. No parece difícil que, a pesar de ser ese palacio propiedad privada de don Alfonso de Borbón, se encuentre una fórmula jurídica de recuperación de la finca por la ciudad que la regaló. En todo caso una enajenación legal parece entreverse por las circunstancias de la cesión, de una parte, y por otra, con el valor con que la posesión figura  en los Registros”.

La historiografía de las diferentes épocas por las que pasó la Universidad durante la República, dictadura y democracia ha enriquecido culturalmente a Santander hasta el punto de ser la sede  principal en verano de estudio y enseñanza en España. En el primer año se construyó el Aula Máxima o Paraninfo por Javier González Riancho, lugar imprescindible para  las conferencias, cuya construcción solicitó al Ayuntamiento Ramón Menéndez Pidal, rector y presidente del Patronato. En las llamadas Caballerizas, también conocidas como Residencia o Pabellón de la Playa, de estilo inglés, se construyeron  habitaciones, igual que en el palacio, para profesores y alumnos. Hay una fotografía en este lugar de Federico García Lorca con su compañero Ugarte cuando “La Barraca” vino a esta Universidad desde el año 1933 hasta 1935.

La Universidad

¿Por qué se instaló esta Universidad en Santander? -me pregunta interesado mi acompañante-. Le respondo que Santander ya tenía precedentes de cursos para extranjeros en  los veranos por el hispanista E. Allison Peers desde 1921, el Colegio Mayor Universitario de Valladolid los empezó a partir de 1928 y los cursos de la Sociedad Menéndez Pelayo fueron creados en 1923 y duraron hasta la implantación de la Universidad Internacional. Todos ellos estuvieron interesados en la difusión de nuestra cultura y nuestro idioma. Santander, además, era el lugar adecuado por su clima templado y fresco en verano y por hablarse un español puro sin  dialectalismos.

En 1977, al tener la península un uso universitario, el conde de Barcelona, Juan de Borbón, vendió la península con todo su contenido en un precio simbólico de ciento cincuenta millones de pesetas. La compra del municipio evitó que el lugar pasara a otras manos y tuviera otros usos. Desde entonces, el Ayuntamiento se ocupó de cuidar y recuperar el palacio y las Caballerizas y, del mismo modo, las atenciones de los asistentes. Fue igualmente un gran acierto la exposición pública y abierta de los tres galeones y de “La Balsa” de Vital Alsar.  Hoy, La Magdalena representa en el verano un emblema cultural de Santander y de España.

Siguiendo los deseos del Ayuntamiento, que reconoció la aportación que realizaron los vecinos y simpatizantes de la monarquía, abrió la finca al público como parque municipal y se utilizó como hospital durante la guerra civil y en diferentes momentos para la celebración de concursos, certámenes y congresos e, incluso, como escenario de las películas Manderley (1980), de Jesús Garay, y el largometraje Géminis (1982), con guión y dirección de Jesús Garay  y Manuel Revuelta.

La Universidad ha sido y es un lugar de convivencia de profesores y alumnos, con algunos de ellos de una gran altura científica y humanística, excepto durante el paréntesis de la dictadura, aunque se permitió que algunos representantes de la oposición fueran invitados a dar sus conferencias. Otros, como Blas de Otero, se negaron.

Me pregunta que le diga, al menos, algunas de aquellas personalidades del mundo de la cultura que han dado sus lecciones en ese centro internacional que no expide títulos, excepto los recientes de doctorado.

 

-Mire usted, le señalaré algunos de ellos. De la primera universidad  debemos recordar a Xavier Zubiri, que tenía entonces 35 años y estaba ya secularizado. La profundidad de sus  explicaciones, el conocimiento de idiomas y de personas le dio merecida fama, aunque muchos alumnos las consideraran muy elevadas. Otros profesores destacados de aquella etapa republicana fueron, por ejemplo, José Ortega y Gasset, el poeta Pedro Salinas, secretario y alma de la institución, en la que depositó toda su confianza y cuyo futuro alcance vaticinó con estas palabras: “Estoy seguro de que La Magdalena llegará a ser uno de los grandes centros universitarios del mundo y la Montaña conquistará fama y renombres universales, en cuanto a la magnificencia de su Universidad se divulgue por las primeras promociones que a ella  vengan…”. En esta relación figuran también Hugo Obermaier, el  primer rector, Ramón Menéndez Pidal, y Tomás Navarro Tomás, ambos procedentes del Centro de Estudios Históricos, Marcel Bataillon, Américo Castro y los profesores que acudieron de todo el mundo a la Primera Reunión Científica consagrada a la Ciencias Químicas, así como Blas Cabrera, que luego sería rector en los futuros cursos, Federico García Lorca con “La Barraca”, la prestigiosa Escuela Médica de Valdecilla,  etc. En el siguiente curso, intervinieron en 1934, Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes cuando se realizó el Decreto fundacional en 1932, J. Huizinga, E. Schrödinger, y profesores de Filosofía, Biología, Medicina y Arte, aparte de las clases de idiomas y de español que se impartían para los alumnos extranjeros. Profesor invitado durante diez días fue Miguel de Unamuno, que efectuó comentarios a su obra Hermano Juan. En 1935, se celebró la Tercera Reunión Científica consagrada a la Psicología aplicada a la Medicina, Educación y la Industria, con los mismos cursos universitarios, los especiales de la Casa de Salud Valdecilla, los de Humanidades o Cursos de Civilización dedicados al Historia, Literatura y el Arte, con nombres como José Montesino, Blas Cabrera, Hugo Obermaier, Eduardo Hernández-Pacheco, Luis de Zulueta, etc.  Fueron, como vemos,  cursos  con un profesorado y unos temas muy selectos, elaborado cada programa por un Comité de Estudios en cada uno de ellos.

La guerra civil, iniciada ese verano en julio de 1936, no impidió que continuaran las clases ese año, si bien no asistieron los alumnos extranjeros. Esta guerra terminaría con la República y la Universidad que se restableció en Santander con otro pensamiento político y otros programas a partir de 1937. Fue entonces nombrado rector Ciriaco Pérez Bustamante (1947-1968) y a partir de 1949 se denominará la Universidad con el nombre de Menéndez Pelayo. El cuarto rector fue Florentino Pérez- Embid (1968-1974) y el siguiente, Francisco Yndurain (1975-1979). Continuó el rectorado de Raúl Morodo (1980-1982), durante cuyo mandato se celebró en 1981 el Primer Coloquio Internacional de Literatura Hispánica, al que siguió Santiago Roldán (1983-1988) y todos ellos  realizaron reformas y dieron una impronta personal a los cursos procurando un mayor nivel cultural. Yndurain incluyó en su programa la invitación a artistas e intelectuales santanderinos a los coloquios y conferencias.

Con el tiempo, pese a los cuidados de mantenimiento efectuados por el Ayuntamiento, el palacio precisaba una rehabilitación, reforma que se inició en diciembre de 1993 y se terminó en junio de 1995. El año anterior, el alcalde, Manuel Huerta y el rector Ernest Lluch inauguraron la rehabilitación de las Caballerizas,  el Paraninfo y las mejoras del palacio con la presencia de los reyes de España. El arquitecto autor del proyecto y director de la obra fue Luis de la Fuente Salvador.  Entre los cometidos de mejoras figuraron las instalaciones de ascensores, calefacción y el proyecto de decoración, tratamiento de las fachadas y cubiertas, mobiliario y decoración, etc. De esta manera, podemos decir que el palacio se modernizó de acuerdo con los tiempos actuales

Los rectores más recientes fueron José Luis García Delgado, (1996-2004)  Luciano Parejo y  Salvador Ordóñez, que ha solicitó el relevo después de seis años. Le ha continuado recientemente como rector César Nombela.   Hay que resaltar en ellos sus buenas relaciones con el municipio, el incremento de las publicaciones  y  la difusión que dieron al Premio Eulalio Ferrer, con el que se premiaron distinguidas personalidades hispanoamericanas y españolas, desde su aparición durante el rectorado de Santiago Roldán, hasta hoy. Las edificaciones y el parque motivan continuas atenciones que hacen de esta Universidad una de las mejores de Europa. Le diré en este sentido, que existen acuerdos con universidades de otros países que desarrollan aquí programas oficiales o complementarios de español.

Hábleme algo, por favor, de los alumnos, me solicita. El sistema de selección y de matrícula ha cambiado de aquella etapa inicial a la actual. Ahora, aparte de los becarios, se admite la entrada de los que quieran matricularse y de los oyentes santanderinos, siempre que lo soliciten por escrito. La Magdalena, el palacio y su parque son la joya más preciada de Santander.

Hay algunas personas que eligen el  lugar para casarse, ya que  la foto de los novios a la puerta del edificio, con el ramo de flores o besándose, es un recuerdo singular.

La  presencia del entorno con todo lo que contiene, tal como hoy existe, es un gran acierto por los usos y la belleza de este lugar singular. Pérez Galdós definió el Sardinero con estas palabras que debieran figurar escritas en Piquio: “Todo el lujo que aquí hay lo ha puesto la naturaleza”.

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