Ninguna otra criatura de la fauna peninsular ha producido un mayor impacto en la colectividad como el lobo. Protagonista de historias, fábulas y leyendas, antagonista del hombre de la montaña, instigador de mitos, fobias y admiraciones, inspirador de tradiciones culturales o inductor de ingenierías que forman parte del paisaje del norte ibérico, el lobo ha construido todo un universo antropológico.
La huella del lobo está impresa en la memoria colectiva y en el territorio en ambas vertientes de la cordillera Cantábrica. Se hace presente en el arte, en la recreación simbólica, en la tradición oral y el folklore, en la lucha cotidiana por la vida entre los habitantes del campo; su evocación atesora dilatados anecdotarios, e incluso ha gestado parte de la medicina popular. Su presencia ha despertado todo tipo de emociones e impulsos imaginables en las gentes, y su caza y control ha devenido en armas y leyes, y en construcciones que añaden connotaciones míticas a nuestros paisajes. Hay, en fin, algo de lobo entre nosotros y de humano entre los lobos.
Mantener el legado antropológico del lobo en nuestros territorios fortalece y preserva parte de nuestro bagaje identitario, de igual modo que el mantenimiento de su presencia en nuestras montañas valoriza un patrimonio biológico y cultural que no podemos permitirnos perder.